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Carta a beatriz
Aunque han pasado muchos años desde la última vez que nos vimos, lo recuerdo como si fuera ayer, de hecho, recuerdo nuestros momentos juntas con lujo de detalles. La primera vez que nos vimos, yo acababa de nacer y, según cuentan testigos, tú me robaste de los brazos de mi mamá para acogerme entre los tuyos, y de allí nunca más me soltaste.
Siempre le repetías a mi mamá que me cantara, todo el tiempo porque querías que yo fuera cantante, tal vez por eso, sin tanto talento y mucha de tu influencia, de cuando en vez me lanzó al estrellato en la intimidad de mi hogar.
Una verdadera amistad
Pero, estoy segura de que fue cuando tenía 6 años, que comenzó nuestra verdadera amistad. Recuerdo nuestras tardes cocinando juntas, y cuando nos sentábamos en la cocina a tomar café (bebida que me dabas desde que tenía 3 años, a pesar de las quejas de mi mamá). La pasábamos tan bien, yo jugaba a ser grande y tu a ser niña.
No podría describir todo lo que aprendí de ti, pero sé que me enseñaste a ser fuerte, disciplinada, me dijiste que debía saber adaptarme a las circunstancias, porque la vida muchas veces cambia sin que nos demos cuenta. Tenías en tu cabeza el mundo entero, y nosotros, tu familia, éramos ese mundo. Cada noche eras la última en irte a descansar y cada mañana, la primera en levantarte. Y tal vez por eso, la casa siempre tenía aromas deliciosos que salían de tu cocina y que hoy nos mueven el corazón cuando por una hermosa casualidad, de una cocina o de un hogar emana alguno de estos aromas.
Fuiste la típica abuela paisa, consentidora y alcahueta, pero firme al mismo tiempo. Recuerdo que en una ocasión me porté mal, no tengo claro qué hice, y cuando mi papá entró a la cocina a regañarme, te paraste frente a él y dijiste: ‘A la niña no le grite, o yo le grito a usted’, a mi papá no le quedó de otra que guardar silencio.
Cuando pienso en todo el peso que cargaste sobre tus hombros, y cómo cada día me esperabas con una sonrisa, aun cuando comenzaron los síntomas de tu enfermedad, me doy cuenta de que en silencio me estabas dando grandes lecciones de vida.
El último adiós
Pocos días antes de tu partida y con los dolores cada vez más intensos en tu cuerpo, entré a escondidas a tu cuarto y te canté una canción que te había compuesto (aun sin tanto talento), recuerdo que lloramos y nos abrazamos largamente, aun puedo sentir tu calor y tu amor en ese abrazo.
Han pasado más de 25 años desde que te fuiste; y tus enseñanzas, tus palabras y hasta tus gustos siguen vivos en mi. Cada día me abrigo con tu chalina café, uso tus aretes de flores azules, y, para una ocasión especial, luzco tu minibolso marrón, ese que con tanta precaución guardabas en tu closet, procurando que yo, no encontrara para jugar a la señora elegante.
Canto todo el día, aunque en realidad no me convertí en cantante, mi día no empieza sin un buen café y de cuando en vez me regalo un tiempo a solas para simplemente existir, tal y como lo hacías tú.
Te amaré por siempre mi hermosa Beatriz
Si te gustó este texto, te invito a leer Carta a mi yo de la juventud una reflexión sobre el amor propio y la búsqueda de la verdadera felicidad.
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cristina morales
Periodista, ilustradora, creadora digital
Comunicadora social y periodista, con más de 15 años de trabajo en medios impresos del país. Creadora de la marca Maria Perfecta.
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