El regalo de Francesco…

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El regalo de Francesco

“He leído cuanto han escrito

los sabios; poseo todos los

secretos de la filosofía y

encuentro mi vida

destrozada por carecer de

una rosa roja” OSCAR WILDE

 

Fue en la tarde del 26 de junio de 1906 cuando conocí a La Cocó en el Número 2 de la Rue Lepic. Había sido corista del Moulin Rouge. Olga del Soto se llamaba y aunque lucía intacta su belleza, ya no tenía edad para hacer parte del can-can.

Habíamos acordado ese encuentro gracias a la intermediación de un amigo común, Richard Maden, quien conocía tanto mi pasión por la investigación y el período del renacimiento italiano, como por el objeto extraordinario que La Cocó ofrecía.

Fue un encuentro amable en el Chez Julien y lo abordamos sin prisa. Supe que era muy joven cuando conoció a Joseph Oller quien fue su primer amante y me relató su lucha con La Goulue.

La historia es injusta – me dijo – Touluse Loutrec la inmortalizó a ella al pintarla en el cartel inaugural del Mouline Rouge, pero las estrellas éramos realmente yo y Jane Avril.

Me sorprendieron sus modales, el tono de su voz, su grata manera de expresarse, su reposada elegancia.

Soy la Galatea de todos mis amantes – pareció concluir – me fueron moldeando a la medida de su estética, de sus lecturas, de sus visiones del mundo, sus inteligencias. Nunca fui compatible con la patanería ni con la ordinariez.

Y entonces me habló del último de ellos, Francesco Peregrini, un anciano acaudalado con una familia voraz, quien recién había muerto en Turín y le había permitido a ella vivir en París sin ningún desasosiego. Ante la imposibilidad de incluirla en su testamento, Francesco le había entregado seis meses antes un dibujo que, según él, le permitiría dotarse de una verdadera fortuna para el resto de sus días. Ya estaba muy enfermo. Me dijo que era su regalo por haberle hecho inmensamente feliz. Fue un hombre extraordinario, exquisito, culto, el último de los galantes. Lo amé.

Ya al anochecer, fuimos a su piso en la Rue de Fustemberg en donde pude conocer el regalo de Francesco. Al verlo, me quedé sin respiración. Richard Maden me conocía muy bien y sabía que causaría ese impacto.

Había dedicado mi vida a investigar la vida del polimata Leonardo, y mi conclusión era que nadie sabía sobre su apariencia física exacta, pues el célebre retrato de Turín, como ya todo el mundo lo reconocía, había sido dibujado por él en 1490, año en el que Leonardo no podía tener la apariencia que el retrato ofrecía. A su vez, la figura de Platón en “La Escuela de Atenas” pintada por Rafael no era tampoco, como se había especulado, la imagen de Da Vinci, y ya era aceptado por los expertos que ni la figura de la “Távola Lucana”, ni la xilografía de Giorgio Vasori, correspondían a la figura del genio. Un misterio total.

Y entonces, tenía frente a mí en esta noche de delirio, ese papel amarillento de 33 centímetros de alto por 21.6 centímetros de ancho, con el trazo inequívoco de Leonardo Da Vinci en tinta roja, sus cuidadosos detalles, la precisión asombrosa de cada cabello, cada gesto, la mirada. Era evidentemente parecido en su concepción al retrato de Turín, pero el rostro era diferente…sobre la parte inferior izquierda una frase garrapateada en latín, que era necesario leerla con la ayuda de un espejo: hoc est mihi…

Me quedé estupefacto…no era acaso ésta, la misma cara de mi amigo, el daguerrotipista Giussepe?

Si te gustó este maravilloso cuento, te invitamos a leer El regalo de cumpleaños una historia que representa un viaje a la infancia. La espera de un regalo de cumpleaños que se trasformó en aprendizaje y en un prueba de amor.

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ALBERTO MORALES​

Abogado y publicista

Ha sido columnista de El Mundo, El Colombiano, El Tiempo y La Hoja de Medellín. Premio de periodismo Simón Bolívar en 1989 y 2005 en la categoría crónica para televisión. Ha publicado 2 novelas: “La Niebla Estaba ahí”, “Todo Sea Por La Causa” y 3 libros de ensayo: “Comunicación Perceptual”, “Bienvenido A La Era del Cultumidor” y “Por Llevar La Contraria”

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